martes, 14 de febrero de 2023

ENTRE LA SOMBRA Y EL ALBA

     La luna, de negra mantilla embozada,
     pizcaba el tul verdeoscuro de la ribera
     en la noche de aceite y espuma velada:

     El sendero escamas derretidas de cera.
     Cómplices de las caderas y la cintura,
     en eclipse, tu mano de la mía compañera.

     En vana contienda el deseo y la ternura.
     Los labios trenzados en párvulos besos,
     ávidos de lengua, saliva y dentaduras.

     En el aire quieto y denso, del aire presos
     los leves pasos y los apretados abrazos
     de carne trémula y enardecidos huesos.

     Salteado de ascuas y hielo el espinazo,
     como hilvanado con alambre fulgente
     y alfileres y carámbanos y aguijonazos.

     Coloreada de cielo profundo tu frente
     con el destello recóndito del agua feraz
     del pozo de tus entrañas y sus afluentes.

     La materia núbil consagrada al solaz,
     vacías de mundo la memoria y la mochila
     entre el vaho inquieto de un celaje fugaz.

     El arroyo, mudo, asomado a tus pupilas,
     las mías prisioneras de tu pecho sin brida
     tintado de sombras de añil y de clorofila.

     El talle convulso y la voluntad erguida, 
     libre la conciencia y cohibido el pudor 
     las almas fibra y dermis estremecida,

     con el afán de un aprendiz de cazador
     y el temblor de la presa en el envite final
     del ser, de la vida y del pecado tentador.

     El sentido y los órganos en fina canal,
     los ayes adentro, las sangres por fuera
     de la piel como desbordado manantial

     de plasma caliente, de linfa y quimeras
     vagas, difusas en la tiniebla del albedrío;
     y en la escápula prendida la primavera
     
     y en tu pelo floridas las gotas del rocío
     con que el mirlo enjuaga su garganta
     y templa la voz, en buches de savia y frío 

     que arañan el silencio y lo quebrantan
     y avivan el aire dormido en la alameda,
     deshojada de almohadas y de manta.

     Un pino altivo y solo cose en la seda
     negra de la noche mortecina, alamares
     de tiza y oro que encienden la vereda.

     El día apuntala sus efímeros sillares
     de tornasol, aguamarina y cobalto
     en el sutil horizonte de los encinares.

     Rompe fría la mañana y sin sobresaltos
     se quema la noche en ascuas de aurora.
     Desde la mullida greda al confín más alto

     se deshace el cielo en pavesas voladoras,
     en jirones beiges de rescoldo desvaído
     donde un tizón oscuro pervive y aflora.

     La inocencia con las sombras se ha ido,
     mas perduran la noche y la abrigada luna
     donde la pasión construyó el primer nido,
     en el rincón en que el amor niño se acuna
     entre retazos grises de memoria y olvido.

                       Francisco Hernández Jiménez.