pizcaba el tul verdeoscuro de la ribera
en la noche de aceite y espuma velada:
El sendero escamas derretidas de cera.
Cómplices de las caderas y la cintura,
en eclipse, tu mano de la mía compañera.
En vana contienda el deseo y la ternura.
Los labios trenzados en párvulos besos,
ávidos de lengua, saliva y dentaduras.
En el aire quieto y denso, del aire presos
los leves pasos y los apretados abrazos
de carne trémula y enardecidos huesos.
Salteado de ascuas y hielo el espinazo,
como hilvanado con alambre fulgente
y alfileres y carámbanos y aguijonazos.
Coloreada de cielo profundo tu frente
con el destello recóndito del agua feraz
del pozo de tus entrañas y sus afluentes.
La materia núbil consagrada al solaz,
vacías de mundo la memoria y la mochila
entre el vaho inquieto de un celaje fugaz.
El arroyo, mudo, asomado a tus pupilas,
las mías prisioneras de tu pecho sin brida
tintado de sombras de añil y de clorofila.
El talle convulso y la voluntad erguida,
libre la conciencia y cohibido el pudor
las almas fibra y dermis estremecida,
con el afán de un aprendiz de cazador
y el temblor de la presa en el envite final
del ser, de la vida y del pecado tentador.
El sentido y los órganos en fina canal,
los ayes adentro, las sangres por fuera
de la piel como desbordado manantial
de plasma caliente, de linfa y quimeras
vagas, difusas en la tiniebla del albedrío;
y en la escápula prendida la primavera
y en tu pelo floridas las gotas del rocío
con que el mirlo enjuaga su garganta
y templa la voz, en buches de savia y frío
que arañan el silencio y lo quebrantan
y avivan el aire dormido en la alameda,
deshojada de almohadas y de manta.
Un pino altivo y solo cose en la seda
negra de la noche mortecina, alamares
de tiza y oro que encienden la vereda.
El día apuntala sus efímeros sillares
de tornasol, aguamarina y cobalto
en el sutil horizonte de los encinares.
Rompe fría la mañana y sin sobresaltos
se quema la noche en ascuas de aurora.
Desde la mullida greda al confín más alto
se deshace el cielo en pavesas voladoras,
en jirones beiges de rescoldo desvaído
donde un tizón oscuro pervive y aflora.
La inocencia con las sombras se ha ido,
mas perduran la noche y la abrigada luna
donde la pasión construyó el primer nido,
en el rincón en que el amor niño se acuna
entre retazos grises de memoria y olvido.
Francisco Hernández Jiménez.