jueves, 11 de abril de 2019

YESHUA

     He terminado de leer la novela titulada "YESHUA. Un muchacho de Nazaret" del autor zamorano, afincado en Santiago de Compostela, Manuel Ángel Sanabria.
     Me propuse hacer una crítica objetiva, por supuesto a mi modo de ver, que no tiene por que ser compartido ni pretendo que influya en la opinión de los demás. Sólo es mi punto de vista.
      Ahora, en el momento de poner manos a la obra, además del pudor que siempre me agarrota a la hora de escribir con la  intención de publicar lo escrito y exponer a la vista ajena parte de mis reflexiones, me produce un poco de reparo porque no se si estoy capacitado ni facultado moralmente para ser imparcial con esta obra, ya que me acerqué a ella movido  por un interés sentimental antes que por el literario y en  su lectura ha primado la emoción sobre el análisis, una emoción circunstancial que me ha asaltado a cada tanto.
     Aún así voy al asunto:
     En cuanto a las formas, denota un importante dominio narrativo  que pone al servicio de una trama ordenada, con un desarrollo cronológico sucesivo y un hilo argumental consecutivo y creíble. Despliega un conocimiento del lenguaje escrito, de la sintaxis, las etimologías y los recursos gramaticales propio de un filólogo experimentado, de un sabio del español de este tiempo y en parte de un idioma desacostumbrado, unas pocas pinceladas del habla de un pasado reciente, pero ya en desuso. Algunas palabras y locuciones propias de oficios que fueron de músculo y habilidad y de no más de cuatro herramientas simples y algunos instrumentos rudimentarios y seculares, como el arado romano, y el grueso de aperos de labranza, que ahora con la mecanización se han perdido. Palabras del mundo rural, de la vida y las labores campesinas, de las tareas caseras en unos hogares sin electrodomésticos, en casas que además de habitación eran granero, bodega y establo. Palabras que definen trabajos y situaciones habituales en el campo, en los pueblos, hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX, pero que hoy apenas subsisten más allá de los  arrinconados diccionarios. En esto se aprecia la esmerada labor de un lingüista avezado, de un orfebre de la lengua. Sin duda, asoma el conocimiento y se aprecia la mano de Antonio Hernández Jiménez (Vedija) cuya labor de corrección, junto al roce, al compañerismo y la amistad de la que ambos hacían, hacen, gala, le han hecho merecedor de esa dedicatoria por parte del autor. Dedicatoria que para siempre ocupará una página en el encabezamiento del libro:

     "A Antonio Hernández, artesano de la voz y de la palabra que, un día y primero, nos habló con su silencio y después con su ausencia.
     Adiós amigo."

   Siguiendo con mi parecer acerca de la obra, quiero destacar el preciso retrato de los individuos, personajes distintos y reconocibles desde el momento en que aparecen en la historia. Tanto en el aspecto como en el carácter personal o la idiosincrasia colectiva. Del mismo modo describe con exactitud los lugares y paisajes, traza con precisión los caminos, dibuja detalles y encaja elementos que hacen de cada espacio, de cada ciudad o aldea, de cada casa o estancia, un sitio único. Haciendo hincapié de manera notable en la diferencia entre el mundo rural y la vida urbana.
     Esta forma de narrar, directa y clara, sencilla pero culta, ágil y sobria,  sin aspavientos pero con ciertos alardes poéticos, sobre todo en lo tocante a las relaciones humanas consigue que la historia traspase su tiempo y se viva en el presente al poco de iniciar la lectura. Una narrativa que entronca y continúa de algún modo un estilo literario castellano que se sucede e intercala con otros movimientos a lo largo de la historia.
     El pretexto argumental es ni más ni menos que la infancia, adolescencia y mocedad de Yeshua, Jesús de Nazaret. Aunque éste no aparece hasta mediada la obra su presencia se advierte en todo momento. Con tal pretexto va hilvanando sucesos y aconteceres en una serie de historias con personajes distintos, casi todos conocidos de las Escrituras, a veces lejanos en la distancia y en el tiempo pero que han de confluir en Yeshua. Todos pondrán su granito de arena para que la vida del  Muchacho de Nazaret sea como ha de ser. Una vida corriente en su tiempo y su espacio, en cuanto se refiere a su faceta humana y terrenal, pero marcada por un halo extraordinario, con una vertiente sobrenatural que se deja entrever de principio a fin.
     Se advierte la experiencia del autor en el trato con jóvenes y en el ámbito de la docencia. De hecho en varios episodios se sirve de maestros, tanto intelectuales como artesanales para desarrollar y dar sentido a la historia. Es una obra para todas las edades, donde resaltan los valores y la educación antes que las aristas y las amarguras, donde la bondad y la paz pueden con las maquinaciones aviesas. Donde la brutalidad, que también aparece de manera explícita, sucumbe ante el mensaje de amor, liberación y fraternidad, quizás por la lejanía temporal, por la costumbre a la crueldad tantas veces repetida o por la propia bonhomía del protagonista y sus allegados y acaso del mismo autor.
    
     Salud.

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